martes, 27 de septiembre de 2011

EXPLORANDO EL NORTE ALAVÉS I

Hacía tiempo que Jon y yo pensamos en viajar a Murguia. Teníamos planeado pasar 2 noches en algún monte cercano a dicho pueblo con la idea de tener tiempo para explorar diversas zonas en busca de aves, tanto diurnas como nocturnas. Partimos la mañana del 17 de Julio.
Nada más llegar, aviones, golondrinas y vencejos sobrevolaban el pueblo, mientras los estorninos negros (Sturnus unicolor) cantaban en los tejados.

Estornino negro (Sturnus unicolor).
Caminabamos hacia Bitoriano con la intención de investigar los prados y bosquetes que se hallan al Sur de Murguia. En los árboles que se encontraban junto a la carretera divisamos una hembra de camachuelo (Pyrrhula pyrrhula) y un par de mosquiteros musicales que no paraban de reclamar y de moverse inquietos, como suele ser habitual en ellos.

Mosquitero musical (Phylloscopus trochilus) fotografiado en Txoriherri.
Las tórtolas turcas (Streptopelia decaocto) arrullaban encima de postes, cables y edificios. Omnipresentes e introducidas, parece que esta especie de colúmbido le está comiendo terreno a nuestra espectacular tórtola europea (Streptopelia turtur).

Tórtola turca (Streptopelia decaocto).
Una hembra de colirrojo tizón alimentaba a su hambriento polluelo que píaba sin cesar tratando de llamar su atención, para que le procurase la tan necesaria comida.

Colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros).
Al entrar en un pequeñísimo robledal de Quercus robur, una pareja de arrendajos (Garrulus glandarius) nos sorprendió por su cercanía. Saltaban tranquilamente de rama en rama, sin reparar en nuestra presencia e incluso tuvieron la osadía de bajar al suelo ignorándonos casi por completo. Finalmente, avanzamos y como nos estaban cerrando el paso, se asustaron ante nuestro acercamiento.

Arrendajo (Garrulus glandarius) asomando de un roble (Quercus robur).
Encontramos abundante Daboecia cantabrica en el claro que se abría tras el bosquete y algún ejemplar, no excesivamente grande, de arce campestre (Acer campestre).

Arce campestre (Acer campestre).
Un abejorro Bombus pascuorum revoloteaba en las flores de un jardín, y nos detuvimos un momento para observar y apreciar la belleza del momento y de la mezcla de colores naranjas y violetas con que bañaban nuestros ojos.

Bombus pascuorum.
Una de mis plantas pratenses favoritas hizo acto de presencia, la Fumaria officinalis. Común, pero hermosa a pesar de ello. El epíteto officinalis nos dice que esta planta fue (y tal vez sea) utilizada en el ámbito medicinal, al igual que otras especies como Taraxacum officinale, Lavandula officinalis...

Fumaria officinalis.
Poco a poco los bosquetes iban dando paso a los prados, excepto por unos chopos (Populus nigra) que albergaban una especie ornítica bastante interesante, el torcecuello (Jynx torquilla). Pariente cercano de nuestros carismáticos pájaros carpinteros que, a pesar de no tener similitudes aparentes, realmente las tienen. Como la posición de los dedos (dos hacia adelante y dos hacia atrás), la nidificación cavernícola, etc. Aunque en el caso de nuestro amigo torcecuello, no es él el encargado de la construcción de las oquedades, sino sus primos los picos picapinos.
Algo que siempre me ha llamado la atención de esta ave (a parte de sus contorsiones a la que debe su nombre) es su mimético plumaje, que nada tiene que ver con los vivos colores que lucen otros pícidos como el pito real, el picamaderos negro o los propios picos.

Torcecuello (Jynx torquilla) fotografiado en Bolue.
El abundante cardo Dipsacus fullonum crecía alto junto a la carretera y las campas se hacían más abundantes.
Un bisbita arbóreo (Anthus trivialis) saltaba de poste en poste inquietado por nuestro contínuo avance hasta que decidió pararse, consintiéndole a un servidor realizar una serie de fotos cercanas, aunque a contraluz.
La luz del sol y el calor molestaban por momentos pero avistamientos como el de un macho de alcaudón dorsirrojo (Lanius collurio) permitían olvidarnos de las inclemencias meteorológicas.

Bisbita arbóreo (Anthus trivialis).
Las tarabillas comunes también rondaban por doquier allí donde hubiese zarzas o arbustos.

Tarabilla común (Saxicola torquata) acechando a un insecto.
El vuelo pausado del carroñero rey, el buitre leonado (Gyps fulvus), nos recordó que de vez en cuando debíamos otear las alturas en busca de alguna rapaz. No obstante, mirar al suelo también tenía su recompensa, como las bellas flores del Centhaurium sp. o las claras huellas de un tejón (Meles meles).

Centaurium sp..
Huella de tejón (Meles meles).
En las cunetas aparecían ahora plantas típicas como Senecio aquaticus, Lythrum salicaria y diversos cardos, los cuales siempre son un buen lugar para observar lepidópteros, en este caso un precioso hesperino, Ochlodes venata.

Senecio aquaticus.
Ochlodes venata.
No tuvimos demasiada suerte en la campiña, así que decidimos adentrarnos nuevamente en los bosquetes. Las magníficas euforbias (Euphorbia sp.) eran sobrevoladas por una de las mariposas más fáciles de ver, Maniola jurtina.

Euphorbia sp..
Maniola jurtina.
Entre robles, fresnos (Fraxinus excelsior) y otros árboles típicos de estas latitudes nos topamos con una pequeña plantación de abeto de Douglas (Pseudotsuga menziesii) y algún pino silvestre (Pinus sylvestris), donde oímos y vimos al herrerillo capuchino (Parus cristatus), el más tímido de todos los páridos. Observando a este bello pájaro nos dispusimos a comer.

Herrerillo capuchino (Parus cristatus).
A parte de los mencionados árboles estabamos rodeados por una legión de la planta Eupatorium cannabinum.

Eupatorium cannabinum.
Dimos buena cuenta de nuestros bocadillos y proseguimos con la marcha. En las estacas pudimos admirar un juego de colores bastante habitual en los bosques: el naranja del liquen Xanthoria parietina y el gris-blanquecino del liquen Physcia sp.. No sé que tipo de relación existe entre éllos pero casi siempre aparecen juntos.

Xanthoria parietina y Physcia sp..
Entre el arbolado, en un posible claro que se encontraba fuera del alcance de nuestra vista, escuchamos un chillido agudo que, en un principio nos llenó de dudas, pero que tras una par de minutos pudimos constatar que era de un busardo ratonero joven (Buteo buteo).

Busardo ratonero joven (Buteo buteo).
Una serie de especies botánicas comenzaban a aumentar su número, como los polipodios (Polypodium vulgare), cardos corredores (Eryngium campestre) y margaritas mayores (Leucanthemum vulgare).

Polypodium vulgare.
Margarita mayor (Leucanthemum vulgare).
Anduvimos un buen rato entre frondosas en busca de aves a las que solo pudimos oír, como los agateadores comunes, currucas capirotadas y diversos páridos. El calor apretaba, pero no lo suficiente como para detenernos. Volví a centrarme en la vegetación y encontré tomillo sanjuanero (Thymus serpyllum), Dianthus sp. y el siempre presente Rumex sp.. Los caballitos del diablo como el Calopteryx virgo volaron a nuestro alrededor durante la caminata por el bosque, amenizando la jornada con su colorido metálico. Una chinche Carpocoris pudicus subía costosamente por el cardo Galactites tomentosa.

Rumex sp..
Calopteryx virgo hembra.
Carpocoris pudicus.
Momentos después, el acróbatico vuelo de dos milanos negros (Milvus migrans) abarcó toda nuestra atención, realizando los picados y piruetas que tantas veces podemos ver en nuestros campos.

Milano negro (Milvus migrans).
Ya eran las 19:00 de la tarde e iniciamos la búsqueda de un buen lugar en el que cenar y dormir. Teníamos pensado ir a Jugatxi, así que pusimos rumbo a dicho lugar no sin cierto cansancio en el cuerpo.
Al inicio de la senda, ya se podían ver algunos robles melojos (Quercus pyrenaica), acompañados de pinos silvestres, abetos de Douglas, acebos (Ilex aquifolium) y espinos albares (Crataegus monogyna). Es un monte pequeño, pero muy bonito.
Por el camino encontramos multitud de líquenes como Evernia prunastri, alcanzando éstos los picos de densidad más altos en los melojos trasmochos y las hayas con las que nos topamos en la parte más alta de la fronda.

Evernia prunastri.
Dedicamos un tiempo a la búsqueda y fotografía de hongos y líquenes, encontrando de los primeros especies propias de hayedos como Ganoderma applanatum, Pleurotus ostreatus, Phellinus sp. y Stereum sp..

Hongo yesquero (Ganoderma applanatum).
Champiñón ostra (Pleurotus ostreatus).
Phellinus sp..
Stereum sp. en haya caída.
En cuanto a los líquenes, dimos con un puñado de especies tales como: Pertusaria sp., Xanthoria parietina, Physcia aipolia, Lobaria pulmonaria, Parmelia sulcata y Lecanora sp..

2 especies del género Pertusaria.
Physcia aipolia.
Lobaria pulmonaria.
Uno de mis líquenes favoritos pero que aún no he logrado identificar.
En los claros, encontramos tres especies de brezos acompañados por Ulex europaeus: Erica cinerea, Erica vagans y Daboecia cantabrica.

Brezo ceniciento (Erica cinerea).
Descansamos un rato junto a la Ermita, nos sentamos, repusimos nuestra energía con frutos secos y escudriñamos el interior del tronco muerto de un haya (Fagus sylvatica) en pos de encontrar al maravilloso coleóptero Rosalia alpina, actualmente protegido. Evidentemente, no hubo suerte, pues no debe ser fácil verlo, en cambio, dimos con una especie de hongo bastante extraño: Valsa sordida.

Valsa sordida en tronco de haya caída.
Empezaba a anochecer, y los alrededores de la ermita comenzaron a llenarse de escolares que probablemente pasarían la noche allí, por lo que nos vimos obligados a buscar otro lugar en el que pernoctar, si queríamos tranquilidad para escuchar aves nocturnas. Regresamos a una de las zonas del hayedo que nos pareció tranquila, y en un extremo, escondidos de las miradas curiosas, colocamos la tienda.
La luna llena brillaba, reflejando su luz en la hojarasca, creando un halo hipnótico a nuestro alrededor.
Los chotacabras grises (Caprimulgus europaeus) volaban y cantaban muy cerca de nosotros pero no escuchábamos ningún cárabo (Strix aluco), por lo que decidimos ir en su busca. Recorrimos el monte hasta la entrada a Jugatxi y un sonido nos sorprendió entre el follaje. Nos internamos por un camino que viraba hacia la derecha y allí, oímos el sonido más próximo. Estaba claro que era un ave, tal vez un cárabo, sin embargo, nunca había escuchado ese reclamo. Encendimos las linternas, vigilamos las ramas bajas y dimos con él. Un precioso cárabo volantón, que todavía no había mudado por completo el plumón. Al final, resultaron ser tres jovenzuelos, aunque sólo pudimos ver a uno.
Tras permanecer un par de minutos disfrutando de uno de los fantasmas del bosque, dimos media vuelta y dejamos tranquilas a las pequeñas rapaces nocturnas, ya que los padres no andarían muy lejos y es de sobra conocida la agresividad de los cárabos del género Strix cuando se molesta a sus crías.
Entre el incesante "ronroneo" de los chotacabras europeos entramos en la tienda e iniciamos el viaje al mundo de los sueños, si bien fuimos sobresaltados en varias ocasiones por el movimiento de los roedores. Una de las ocasiones decidí salir a pillar a uno "in fraganti" y logré verlo, linterna en mano, pero vagamente. A pesar de todo, creo que no me equivocaría si afirmase que era un ratón de campo (Apodemus sylvaticus).
Posteriormente, logramos un sueño profundo del que no nos despojaríamos hasta las 8:30 del día siguiente.

Continuará en EXPLORANDO EL NORTE ALAVÉS ( II ).

Endika

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