En ocasiones el destino nos regala lugares, experiencias… que nos marcan de por vida. Nos señalan el camino a seguir y en ocasiones, sin darnos cuenta, tomamos una determinada ruta a raíz de esas vivencias.
En mi caso, el terreno de mi padre (donde posee un huerto, etc.) ha sido el lugar que me ha llevado desde muy pequeñito por la senda de la biología. El contacto con el bosque, los animales domésticos y los animales silvestres que, como los zorros, se podían avistar de vez en cuando por aquella zona, crearon en la mente de un niño experiencias que le dejarían escrito el futuro y en el corazón, un amor por los animales y la naturaleza capaz de superar cualquier barrera.
Para mí, este terreno se trata de un pequeño paraíso, para otros quizá solo sea un pedazo de bosque rodeado de alguna fábrica, carreteras y gente que poco a poco (a fuerza de tirar escombros donde no deben) lo va deteriorando.