En un pueblo repleto de aviones
Delichon urbicum, vencejos
Apus apus, y golondrinas
Hirundo rustica, bañado por la sombra que le proporcionan los innumerables riscos que lo rodean, deslumbrado en la noche por las brillantes estrellas que se muestran relucientes y abundantes sin la molesta contaminación lumínica y aderezado por las incesantes melodías de la naturaleza, Jon y yo nos disponemos a explorar este pequeño rincón de Cantabria: Gibaja.
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Roquedos y collados observados desde el encinar. |
La lavandera cascadeña
Motacilla cinerea y las ranas comunes
Pelophylax perezi resuenan en el río Asón. Hogar de truchas
Salmo trutta y otras especies piscícolas y protegido por álamos
Populus alba, sauces
Salix sp., alisos
Alnus glutinosa y otros árboles ribereños, rodea el pueblo en su camino desde la montaña.
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El río Carranza, compañero del río Asón en su rodeo en torno al pueblo. |
En los campos de gramíneas adyacentes, donde la avena
Avena sativa impera frente al resto de plantas, una hornada de
ortópteros “canta” sin cesar.
Un macho de araña tigre nos muestra la dificultad de la supervivencia atrapando a un saltamontes en su telaraña que, tras esforzarse al máximo por escapar de las garras de su captor, consigue huir.
Los caballitos del diablo sobrevuelan el campo en busca de presas, como la
Calopteryx xanthostoma, de un azul metálico que le da el aspecto de un monstruo cibernético, aunque expuesto en el tallo de una planta una temible mosca depredadora la acecha, dispuesta a perseguirla hasta inyectarle su veneno neurotóxico paralizante, para engullirla a su gusto.
Las lagartijas roqueras
Podarcis muralis corren a esconderse asustadas por nuestros pasos, que van directos hacia el encinar situado al Este del pueblo.
Los milanos negros
Milvus migrans realizan cabriolas y piruetas, en un cielo azul completamente despejado.
A la vera del roquedo proseguimos por el camino marcado donde las mariposas revolotean en busca del tan preciado néctar. Especies como la
Colias croceus que se apostan en las rosas flores de la
Daboecia cantabrica. Los geranios
Geranium sp. colorean los bordes del sendero y las currucas capirotadas
Sylvia atricapilla cantan mientras buscan de rama en rama el necesario alimento.
Admirando un paisaje gris y verde, roca y encina, conformando ambas una combinación propia de estas latitudes, nos sentimos pequeños, como una metáfora en la que el ser humano se ve superado y sobrecogido por la grandiosidad de la naturaleza.
Una paloma torcaz
Columba palumbus sobrevuela la foresta cuando a escasos 30 metros nos topamos con las tan comunes en la vertiente cantábrica plantaciones de eucalipto. A pesar de ser pequeñas barcazas en una mar de encinas no dejan de incomodar a nuestros ojos.
Comprobamos cómo los carboneros
Parus major y herrerillos
Parus caeruleus han aprendido a vivir en estos densos arbolados monoespecíficos y carentes de diversidad biológica al tiempo que los buitres leonados
Gyps fulvus comienzan a cubrir el cielo. Su lento planear los hace más imponentes.
Con ganas de ver al precioso alimoche
Neophron percnopterus, venido desde África, comedor de huevos de avestruz
Struthio camelus y una de las pocas aves capaces de utilizar herramientas (en este caso piedras) para fines vitales, vigilamos las alturas en su busca, deseosos de poder observar su blanca silueta.
Todavía no hay suerte, pero sin duda esas montañas de roca caliza que se yerguen a nuestra izquierda y alrededor de Gibaja son lugares más que propicios para que se establezca una pareja.
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Gran roquedo situado al Este de Gibaja. |
Continuamos contemplando un paisaje realmente abrumador, abrupto, montañoso, en el que el llano no es más que una palabra que no encuentra aquí representación. Los agateadores
Certhia brachydactyla claman al bosque ascendiendo verticalmente desde la base de los árboles hasta la copa, en busca de arácnidos e insectos que se oculten en las grietas.
Un pequeño bando de cornejas negras
Corvus corone grazna y vuela, seguramente sobresaltados por nuestra presencia.
Cada vez cuesta más avanzar, pero los pequeños seres como el abejorro
Bombus pascuorum o el esfinge colibrí
Macroglossum stellatarum nos entretienen y maravillan, consiguiendo que las altas temperaturas no entorpezcan nuestra travesía.
Nos detenemos para recobrar energías con la comida que cargamos a nuestras espaldas y decidimos regresar, pues en la madrugada retornaremos con el propósito de empaparnos de la oscura magia de la noche cántabra.
Ya alojados en la acogedora vivienda de mi compañero me dispongo a recorrer el paisaje con la mirada en busca de alguna rapaz. Los riscos junto a los que hemos pasado por la mañana son avistables desde aquí, al igual que los enormes carroñeros que sobrevuelan la zona, los buitres leonados.
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Buitre leonado Gyps fulvus. |
Una ruidosa urraca
Pica pica me sobresalta y al dirigir mi vista hacia ella, me doy cuenta de que trata de espantar a un milano negro
Milvus migrans. Al final, el milano se rinde ante la furiosa insistencia de la urraca y huye hacia el Oeste. Una impresionante escena de una de las rivalidades más famosas entre las aves, la existente entre córvidos y rapaces.
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Aunque parezca al revés, era la urraca la que perseguía al milano. |
Prosigo con mi prospección y al fondo, cerca del roquedo, diviso dos rapaces blancas. En un principio las confundo con dos águilas calzadas
Aquila pennata, pero tras ver sus amarillos rostros y sus distintivas colas en forma de cuña, resultan ser una bonita pareja de alimoches. Nos permiten observarlos durante un rato hasta que desaparecen en el horizonte.
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Alimoche común Neophron percnopterus. |
Aún quedan un par de horas para iniciar nuestro periplo nocturno, así que dedicamos un rato a la búsqueda de insectos en el jardín. Vemos cuatro especies de invertebrados, un raro y negro coleóptero que mueve arriba y abajo su abdomen; otro coleóptero de la subfamilia
Chrysomelinae que se mueve entre la hiedra
Hedera helix y dos especies de gasterópodos o caracoles muy comunes,
Helix aspersa y
Cepaea nemoralis.
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Cepaea nemoralis |
Cenamos y entre tinieblas, voces distantes y el lejano murmullo de algún coche partimos hacia el encinar. Es una noche sin luna, templada y silenciosa, en la que las estrellas son las protagonistas. Los perros ladran como si algo les inquietase, tal vez nuestra presencia o tal vez alguna criatura nocturna que ha osado acercarse a sus dominios.
Iniciamos el mismo itinerario realizado por la mañana, sin embargo, diría que es una ruta diferente. Y es que las noches como ésta cambian los pensamientos y la percepción de los sentidos. Todo sonido se hace más intenso y el silencio más arrebatador.
Un chotacabras gris
Caprimulgus europaeus que se halla a bastante distancia, rompe tal silencio y pocos minutos después, su reclamo en vuelo resuena mientras los grillos interpretan una obra musical típica en la madrugada.
Ahora se oyen cencerros y más perros, pero algo junto al camino estimula nuestra vista. Como no, una luminosa luciérnaga
Lampyris noctiluca.
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Luciérnaga hembra (Lampyris noctiluca) |
Decidimos detenernos para tratar de escuchar alguna rapaz nocturna. Nos sentamos y enseguida comezamos a oír los primeros ululatos de cárabo común
Strix aluco. Los sonidos de los roedores acompañan al canto del rey de la noche de los bosques ibéricos.
Tras permanecer varios minutos más en penumbra, admirando las insomnes melodías que destacan en el crepúsculo ponemos rumbo a casa.
Ya echados y dispuestos a dormir para recuperar toda la energía perdida, un sonido estridente se cuela por la entreabierta puerta del jardín. Son dos lechuzas Tyto alba que probablemente se encuentren en una campa situada a unos 20 metros del jardín, no obstante el cansancio nos impide ir en su busca.
Finalmente sucumbimos, pues es preciso un buen descanso si al día siguiente queremos continuar con nuestra pequeña aventura en Gibaja.
Continuará en la segunda parte de "En un lugar de Cantabria...".
Endika
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